En estos días un par de artículos han llamado mi atención. Ambos se referían al auge que está experimentando el desarrollo de videojuegos en un continente que podríamos asociar con cualquier cosa (tambores, santería, masacres, guerras étnicas, falta de educación, subdesarrollo, estafas nigerianas, Boko Haram, etc) menos con ese tema. Hace un tiempo les mencioné Aurion, un proyecto camerunés, pero no es el único. Solamente es el ejemplo más llamativo por ser un RPG y haber triunfado en Kickstarter. Hay muchos otros, incluyendo productos más modestos para móviles.
La pregunta es cuándo avanzará acá. Y la respuesta es compleja. Podríamos decir que ya está avanzando, pero no al nivel de Africa. Entender que un país que alcanzó niveles educacionales de primer mundo (y que desarrolló juegos avanzadísimos para su época, o tremendamente adictivos y divertidos) no pueda desarrollar una industria de videojuegos tiene varias causas.
Yo siempre suelo mencionar la baja conectividad. Usar Unity3D en casa, si no tienes internet, puede ser complicado. Encima, ellos no te lo ponen m;as fácil, por culpa del embargo norteamericano activar una licencia se vuelve una odisea: hay que usar un proxy externo, lo cual te puede costar una sanción en tu centro de trabajo o estudio. Y no hablemos de Unreal Engine 4, que de plano te niega el acceso si estás en Cuba, y después te exige Visual Studio 2013, que a su vez requiere conexión para activarse.
No obstante, cuando hay deseos, todo se puede lograr. Ahí es donde entra el factor sociedad. Ante todo debemos comprender que para el modelo socialista cubano, los juegos nunca han sido algo bien visto. La limitada industria electrónica del campo socialista malamente podía garantizar que los ciudadanos poseyeran un radio, un televisor en blanco y negro, un tocadiscos, y a finales de los 80, una grabadora de cassettes. Los más afortunados podían tener un televisor a color. Una computadora doméstica era un lujo consumista de la sociedad capitalista, que como Marx, Engles, Lenin y todo el que vino después no se cansaron de vaticinar, estaba a punto de joderse en cualquier momento. O sea, queridos lectores de Europa, que mientras ustedes tenían Commodore 64, yo soñaba con tener una calculadora. Y lo más triste es que ni siquiera eso podía tener.
Entonces, una PC era algo que usabas en la escuela o el trabajo, y no era para jugar. Salvo que fueran juegos educativos, claro. Que el campo socialista se cayera (y aún seguimos esperando la caída del capitalismo, que se niega a joderse como vaticinaron) y las computadoras invadieran las casas no hizo cambiar la mentalidad. Los juegos seguían siendo un producto consumista, alienante, generador de violencia; propio de adolescentes antisociales con acné. Por supuesto, no podíamos poner a una docena de los miles de ingenieros que formamos a programar juegos.
En concreto, el mercado de los videojuegos es caca. No queremos esos ingresos, porque provienen de algo sucio y desagradable, comparable a las drogas.
A pesar de eso, hay algunas iniciativas. Las que provienen de instituciones estatales, por lo general son títulos que no se complican mucho la vida: un plataformer, una aventurita... nada que pueda implicar un riesgo político que acabe con la carrera del directivo que los aprobó. Las iniciativas privadas tampoco pueden ir más allá, privadas de servicios que faciliten monetizar el producto, de internet para trabajo colaborativo, y sin un marco legal que ampare la venta dentro y fuera de fronteras, están muy jodidos (jodidos de verdad, no como el capitalismo).
Por todas estas razones, y quizás otras que se me queden fuera, no es de extrañar que Africa nos deje atrás en este asunto. Al paso que vamos, cualquiera nos adelanta.
La pregunta es cuándo avanzará acá. Y la respuesta es compleja. Podríamos decir que ya está avanzando, pero no al nivel de Africa. Entender que un país que alcanzó niveles educacionales de primer mundo (y que desarrolló juegos avanzadísimos para su época, o tremendamente adictivos y divertidos) no pueda desarrollar una industria de videojuegos tiene varias causas.
Yo siempre suelo mencionar la baja conectividad. Usar Unity3D en casa, si no tienes internet, puede ser complicado. Encima, ellos no te lo ponen m;as fácil, por culpa del embargo norteamericano activar una licencia se vuelve una odisea: hay que usar un proxy externo, lo cual te puede costar una sanción en tu centro de trabajo o estudio. Y no hablemos de Unreal Engine 4, que de plano te niega el acceso si estás en Cuba, y después te exige Visual Studio 2013, que a su vez requiere conexión para activarse.
No obstante, cuando hay deseos, todo se puede lograr. Ahí es donde entra el factor sociedad. Ante todo debemos comprender que para el modelo socialista cubano, los juegos nunca han sido algo bien visto. La limitada industria electrónica del campo socialista malamente podía garantizar que los ciudadanos poseyeran un radio, un televisor en blanco y negro, un tocadiscos, y a finales de los 80, una grabadora de cassettes. Los más afortunados podían tener un televisor a color. Una computadora doméstica era un lujo consumista de la sociedad capitalista, que como Marx, Engles, Lenin y todo el que vino después no se cansaron de vaticinar, estaba a punto de joderse en cualquier momento. O sea, queridos lectores de Europa, que mientras ustedes tenían Commodore 64, yo soñaba con tener una calculadora. Y lo más triste es que ni siquiera eso podía tener.
Ajá, esto era lo que teníamos en el año 87-88. El resto del mundo ya usaba doble cassetteras estéreo. |
Entonces, una PC era algo que usabas en la escuela o el trabajo, y no era para jugar. Salvo que fueran juegos educativos, claro. Que el campo socialista se cayera (y aún seguimos esperando la caída del capitalismo, que se niega a joderse como vaticinaron) y las computadoras invadieran las casas no hizo cambiar la mentalidad. Los juegos seguían siendo un producto consumista, alienante, generador de violencia; propio de adolescentes antisociales con acné. Por supuesto, no podíamos poner a una docena de los miles de ingenieros que formamos a programar juegos.
En concreto, el mercado de los videojuegos es caca. No queremos esos ingresos, porque provienen de algo sucio y desagradable, comparable a las drogas.
A pesar de eso, hay algunas iniciativas. Las que provienen de instituciones estatales, por lo general son títulos que no se complican mucho la vida: un plataformer, una aventurita... nada que pueda implicar un riesgo político que acabe con la carrera del directivo que los aprobó. Las iniciativas privadas tampoco pueden ir más allá, privadas de servicios que faciliten monetizar el producto, de internet para trabajo colaborativo, y sin un marco legal que ampare la venta dentro y fuera de fronteras, están muy jodidos (jodidos de verdad, no como el capitalismo).
Por todas estas razones, y quizás otras que se me queden fuera, no es de extrañar que Africa nos deje atrás en este asunto. Al paso que vamos, cualquiera nos adelanta.
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