Un fin de año por todo lo alto, nunca mejor dicho, porque pasé unos treinta minutos a 400 metros de altura, colgado de una vela.
Desde hace unos años sabía que había aficionados al parapente en Santiago de Cuba, pero recién esta semana fue que logré establecer contacto con uno de ellos y conseguir una invitación para volar, ayer en la tarde.
Todos los pilotos que me encontré en el camino me insistieron en que es una experiencia única, nada extraño, porque todo aficionado a algo siempre tratará de convencerte de lo mismo. Sin embargo, un canadiense radicado acá fue el que más se acercó a dibujar la sensación al decirme: A ti te gustan los vuelos, seguro has soñado que vuelas. Pues esto es lo mismo. Y definitivamente, lo es.
Al principio pensé que sería un estorbo en el despegue. Aunque había visto despegar al piloto canadiense, no es lo mismo despegar en biplaza. O eso creía yo. Cuando la vela se infla, el viento te lleva y no hay más nada que hacer. No es necesario saltar, correr, nada. En un segundo estás a varios metros de altura, alejándote de la falda de la montaña, y casi enseguida las corrientes ascendentes hacen su trabajo (que para eso se les paga) y te elevan mucho más. Luego vas cabalgando las corrientes, a lo largo de la cresta de las montañas, mientras disfrutas del paisaje en compañía de otros pilotos. Ayer el tráfico era abundante, además de mi piloto y yo, y nuestro amigo canadiense, llegaron dos alemanes con unas velas que pa qué contarles. Desde airbags en la mochila hasta winglets, como un Airbus. Imposible no envidiarlos. Gente con experiencia, uno de ellos hizo un aterrizaje perfecto.
Volviendo al tema, el principiante puede sentirse bastante impresionado en su primer vuelo. Después de todo, estás sentado en algo que cuelga, mientras las ráfagas de viento te sacuden de vez en cuando, haciendo que se te salga la diarrea. Tres o cuatro rachas después, te das cuenta de que es muy normal, dejas de cagarte y el miedo se convierte en una sensación un poco menos pegajosa. Si eres flojo de estómago, probablemente tengas que vomitar, que por suerte, no es mi caso: suelo ser muy resistente al vértigo por alturas.
En caso de que vomites y el miedo siga en niveles estatosféricos luego de varios minutos de vuelo, quizás deberías considerar que volar no es lo tuyo y dedicarte a una diversión menos movida, a nivel del mar, si es posible. Si soportas 15 minutos de vuelo y encima quieres repetir, pues felicidades. Bienvenido al club de los hombres y mujeres que no le tienen miedo a nada. Bueno, salvo a las cucarachas. O a las arañas, que me dan una mala impresión...
Creí que seguramente sí sería un estorbo al aterrizar, que me caería o me enredaría en las cuerdas, pero tampoco. Un leve dolor en los pies, un poco entumecidos por media hora sentado en el aire, y eso fue todo. Por supuesto, el crédito se lo lleva el piloto, con 13 años de experiencia volando estos aparatos.
Así que si vienen a Santiago y quieren probar un vuelo en parapente, vengan a verme. Ojalá el tiempo y otros factores me permitan repetir más a menudo esta experiencia, y quizás hasta conseguir aprender a volar solo.
Desde hace unos años sabía que había aficionados al parapente en Santiago de Cuba, pero recién esta semana fue que logré establecer contacto con uno de ellos y conseguir una invitación para volar, ayer en la tarde.
Todos los pilotos que me encontré en el camino me insistieron en que es una experiencia única, nada extraño, porque todo aficionado a algo siempre tratará de convencerte de lo mismo. Sin embargo, un canadiense radicado acá fue el que más se acercó a dibujar la sensación al decirme: A ti te gustan los vuelos, seguro has soñado que vuelas. Pues esto es lo mismo. Y definitivamente, lo es.
Al principio pensé que sería un estorbo en el despegue. Aunque había visto despegar al piloto canadiense, no es lo mismo despegar en biplaza. O eso creía yo. Cuando la vela se infla, el viento te lleva y no hay más nada que hacer. No es necesario saltar, correr, nada. En un segundo estás a varios metros de altura, alejándote de la falda de la montaña, y casi enseguida las corrientes ascendentes hacen su trabajo (que para eso se les paga) y te elevan mucho más. Luego vas cabalgando las corrientes, a lo largo de la cresta de las montañas, mientras disfrutas del paisaje en compañía de otros pilotos. Ayer el tráfico era abundante, además de mi piloto y yo, y nuestro amigo canadiense, llegaron dos alemanes con unas velas que pa qué contarles. Desde airbags en la mochila hasta winglets, como un Airbus. Imposible no envidiarlos. Gente con experiencia, uno de ellos hizo un aterrizaje perfecto.
Volviendo al tema, el principiante puede sentirse bastante impresionado en su primer vuelo. Después de todo, estás sentado en algo que cuelga, mientras las ráfagas de viento te sacuden de vez en cuando, haciendo que se te salga la diarrea. Tres o cuatro rachas después, te das cuenta de que es muy normal, dejas de cagarte y el miedo se convierte en una sensación un poco menos pegajosa. Si eres flojo de estómago, probablemente tengas que vomitar, que por suerte, no es mi caso: suelo ser muy resistente al vértigo por alturas.
En caso de que vomites y el miedo siga en niveles estatosféricos luego de varios minutos de vuelo, quizás deberías considerar que volar no es lo tuyo y dedicarte a una diversión menos movida, a nivel del mar, si es posible. Si soportas 15 minutos de vuelo y encima quieres repetir, pues felicidades. Bienvenido al club de los hombres y mujeres que no le tienen miedo a nada. Bueno, salvo a las cucarachas. O a las arañas, que me dan una mala impresión...
Creí que seguramente sí sería un estorbo al aterrizar, que me caería o me enredaría en las cuerdas, pero tampoco. Un leve dolor en los pies, un poco entumecidos por media hora sentado en el aire, y eso fue todo. Por supuesto, el crédito se lo lleva el piloto, con 13 años de experiencia volando estos aparatos.
Así que si vienen a Santiago y quieren probar un vuelo en parapente, vengan a verme. Ojalá el tiempo y otros factores me permitan repetir más a menudo esta experiencia, y quizás hasta conseguir aprender a volar solo.
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