Un breve e incompleto vistazo al Olimpo de los escritores de fantasía y CF modernas

Tolkien es el puto Amo y Creador del Universo, que está ahí desde siempre. A su derecha hay una pelea formada entre Brandon Sanderson y George R. R. Martin, que quieren ocupar la silla de ese lado. Por su parte, Joe Abercrombie se ha aprovechado de eso y se ha adueñado de la silla a la izquierda del Maestro, está ahí muy cómodo, viendo como los otros dos se pelean por una simple silla, a fin de cuentas, izquierda o derecha, da lo mismo. Detrás del Amo del Universo están Gaiman y Terry Pratchett, sus secretarios y escribsa personales.
Frente a nuestro Señor Celestial hay un coro de querubines. O algo así. Uno de ellos es un tipo gordo y con barba, llamado Patrick Rothfuss. Lo metieron ahí porque cantaba muy bien, pero a mitad de canción se le olvidó la letra, y ahora solo está ahí, callado y con aire de saber lo que hace, pero la verdad es que no tiene ni esta idea. Muy cerca de Rothfuss podemos ver a un viejo con cara de amargado con un nombre polaco impronunciable. Escribió unos papiros muy interesantes, pero una empresa los convirtió en estampitas de colores que se vendieron muy bien y él no vio ni un céntimo. No lo culpo, yo también tendría mala cara si me sucediera eso. Encima, los mortales en su infinita ignorancia ahora creen que él copió de las estampitas, y no al revés.
Hay un montón de gente más en el coro, como Brent Weeks. O Jim Butcher, que solo se sabe una estrofa de la canción celestial, pero la repita una y otra vez. Todos cantan ante el Dios Terry, y de paso se empujan y pisan unos a otros. En esa trifulca han apartado a un rincón a un señor de cierta edad con barba, llamado Robert Jordan (en realidad, se llamaba de otra forma, pero ese sonaba mejor). En su momento, escribió una canción genial y larguísima, y todos creían que sería el Puto Amo del Universo. En medio del tumulto está R. A. Salvatore, que pergueñó unas historias raras acerca de un habitante de las profundidades, que en vez de ser albino como dictan las buenas costumbres de la biología, es lo totalmente opuesto, quizás por cuestión de camuflaje. Otro que se mantiene a flote es Scalzi, que aunque no le va mucho a la fantasía como al resto de la claque, se defiende creando unas crónicas muy resultonas.
Aplastados por la multitud de querubines cantores hay otros: David Eddings, Terry Goodkind, etc. En su momento cantaron muy bien, pero entre tanto empujón y aleteo celestial, ahora mismo están en el piso, tomándose un descanso.
Tras ellos, hay un señor chino, meditando, ajeno a todo el barullo. Posiblemente esté esperando algún acontecimiento que ocurrirá dentro de mil años: el fin del universo, una invasión de alienígenas, u otra cosa parecida. Más atrás hay otro tipo, Steven Erikson, rodeado por almas perdidas, a las cuales intenta convencer de que escuchen su canción, de diez rollos de largo, la cual dice que es solo la introducción a una historia más grande. Pero las pobres almas perdidas no comprenden de qué va el asunto y están como que... perdidas.
Como de todo tiene que haber en la viña de nuestro señor Tolkien, tenemos a unos siameses muy raros de apellido Corey. Nadie los conocía antes, pero han logrado que otra empresa les haga unas estampitas de colores animadas y ahora todos los mortales están encantados con ellas aunque no se hayan leído el puto libro. Hay también una dama con nombre de hombre: Robin Hobb (no confundir con Robin Hood), que ha cantado unas historias geniales. En otra esquina del cielo hay una señora que se inventó un nombre con muchas letras (si quieres tener éxito, invéntate un seudónimo que parezca las siglas de una organización internacional o algo), que empezó cantando historias para niños, hizo un montón de oro, y ahora está haciendo más estampitas animadas para esos mismos niños en su fase de adultos. Y de paso, haciendo otro montón de oro.
Y así, señores, es nuestro Cielo especial para los escritores de CF y fantasía.

Comentarios

  1. Ta divertido, aunque dejas fuera del cielo a unos cuantos ingleses, canadienses y australianos, pero ese es el cielo de los yumas, el tuyo es el que nos toca a los que hablamos español.

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    1. Y me faltan buenos españoles que deberían estar, como Negrete.

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